domingo, 12 de julio de 2015

Capítulo 6: ¿Dónde están Blun y Ríder?



María la Lechuza extendió sus alas luminosas, blancas, moteadas de plata y oro, sobre la noche. Toda ella resplandecía sobre la Página Blanca, la Página en que estaban perdidos Blun y Ríder.

            -No os preocupéis -dijo la Bicicleta de Agua, mientras su faro amarillo iluminaba el papel para ayudar a la búsqueda.
            -Yo no estoy preocupado -dijo Tórcer, estoy seguro de que habrán llenado el espacio en blanco de hermosas historias.

            La Bicicleta de Agua sonrió, estaba tan contenta de que por fin alguien la tomase en serio.
            -Yo también estoy seguro -dijo Mandarín-, pero también estoy impaciente por saber qué es lo que ellos han descubierto en el mundo exterior.
            -¡Qué van a descubrir? Nada. Si no hay ningún sitio mejor que El País de la Sencillez -dijo Fernando que estaba muy orgulloso de ser un Sencillo y se negaba a pensar que pudieran existir otros mundos que compitieran en belleza con el suyo.
            -El mundo exterior también es muy bonito -replicó la Bicicleta de Agua.
            -Cuéntanos algunas historias del mundo exterior -dijo Tórcer, que no se cansaba de escuchar aventuras.
            -A mí también me gusta que me cuenten historias, ¿sabes? -dijo la Bicicleta de Agua.
            Tórcer bajó el morro y se puso a buscar palabras que no encontraba e intentaba recordar historias, pero no sabía cómo contarlas.
            -Te has quedado más callado que un arroyo helado -dijo Fernando Reportero.
            -¿Que un arroyo helado? -preguntó Mandarín que volaba detrás de María la Lechuza para ver mejor con la luz que desprendía su plumaje.
            -Sí, un arroyo helado -dijo Fernando Reportero.
            -¿Nunca has escuchado la historia del arroyo helado? -preguntó María la Lechuza a Mandarín.
            -No -dijo Mandarín mientras escondía su cabecilla avergonzado por tanta ignorancia.
            -No te preocupes, eso puede pasarle a cualquiera -dijo la Bicicleta de Agua-. Es la historia de un arroyo que corría muy alegre y dicharachero lleno de salmones y truchas. Ni que decir tiene que sus aguas eran transparentes y fluían ligeras formando olitas pequeñas u olas más grandes. El arroyo hubiera sido un arroyo normal y corriente si no es porque en sus orillas se oía la música del agua que pasaba.

            -Continúa -dijo Torcer que, como siempre, empezó a impacientarse, para él las historias nunca iban demasiado deprisa.
            -Vale, vale, sin agobios -dijo la Bicicleta de Agua-. Todas las tardes se acercaba al arroyo un pastor con sus ovejas blancas como el algodón y todas las tardes se echaba el pastor un rato en sus orillas para escuchar la melodía del agua del arroyo.
            -¿Dónde está ese arroyo? -preguntó Tórcer que quería conocerlo todo.
            -No te impacientes, hombre. Déjala terminar, si no te va a pasar como al pastor -dijo Fernando Reportero.
            -¿Qué le pasó? -preguntó Tórcer.

            La Bicicleta de Agua continuó con su historia.
            -El pastor se sentaba cada tarde, sacaba un trozo de queso y un trozo de pan y se ponía a merendar junto a un olivo que había cerca del arroyo. Las ovejas, mientras, pastaban tranquilas y contentas con la música del agua. Pero un día el pastor se enfadó porque el arroyo, sin darse cuenta, produjo una melodía repetida.
            -¿Y qué hizo el arroyo?, ¿se enfadó también? -preguntó Tórcer.
            -No, simplemente el agua corrió más rápido. Entonces el pastor se enfadó porque el agua iba demasiado deprisa y la música era muy ligera para su gusto. Aquella tarde cuando el pastor se fue con sus ovejas el arroyo empezó a llorar, pero nadie lo notó porque sus lágrimas eran de agua.
            -Pobrecito -dijo Fernando Reportero.
            -Sí, me da mucha pena -dijo Mandarín que seguía cobijado tras el vuelo de María la Lechuza, ella estaba concentrada en la búsqueda de Blun y Ríder y pasaba un poco de la historia.
            -Cuando el pastor volvió al día siguiente se encontró con que las tierras donde él se sentaba estaban inundadas. Le preguntó al arroyo por qué estaba todo aquello mojado y el arroyo respondió, con una música muy triste, que no sabía. Pero el arroyo sí lo sabía, había llorado tanto durante la noche que se anegó todo el valle con sus lágrimas.
            -¡Qué pena! -dijo María la Lechuza que, por lo visto, estaba prestando más atención a la historia de lo que yo creía.
            -Sí. El arroyo estaba muy triste y el pastor se fue muy enfadado porque dijo que allí no podían pastar con tranquilidad sus ovejas ni él se podía tomar su merienda a gusto y dijo que no volvería hasta que estuviera todo bien seco. El arroyo estuvo durante días aguantándose las lágrimas para que todo se secase y volviera el pastor, porque era el único amigo que tenía. Y el pastor volvió.

            -¡Menos mal! -dijo Tórcer.
            -Sí, menos mal. El pastor se sentó bajo el olivo, sacó su queso y su pan y se puso a escuchar la música del agua del arroyo. Y le pareció una música demasiado triste y así se lo hizo saber al arroyo, que se encogió de hombros.
            -¿Los arroyos tienen hombros? -preguntó Tórcer.
            -Es una forma de hablar. Se encogió de no sé dónde. El pastor le dijo con una voz severa: “O suenan músicas alegres o me cambio de arroyo”. El arroyo estaba seguro de que no encontraría en el mundo otro arroyo con música, porque él era el único, pero aun así intentó que la música del agua fuera alegre y que las truchas y los salmones saltaran contentos. Entonces el pastor se levantó muy enfadado y dijo que la música no le sonaba sincera, que le parecía que fingía. El arroyo miró a los ojos al pastor y los miró muy bien porque los tenía reflejados en sus aguas cristalinas, los miró y se calló.
            -¿Qué hizo el pastor? -volvió a preguntar Tórcer.
            -El pastor se sentó debajo del olivo y esperó a que el arroyo de nuevo cantara. Esperó muy seguro de sí mismo una tarde y otra tarde y otra tarde y otra tarde, y cada tarde que volvía el agua estaba más fría y silenciosa, y más fría y silenciosa, y más fría y silenciosa hasta que una tarde se encontró con que el arroyo estaba totalmente helado y el silencio era completo.

            Mandarín en ese instante se suspendió en el aire con sus alitas naranjas y María la Lechuza hizo lo mismo con sus alas brillantes. Tórcer miró expectante a La Bicicleta de Agua que, sin poder evitarlo, dejó escapar dos lágrimas de agua. Fernando Reportero bajó la cabeza.
            -¿Y? -dijo Tórcer que ya no podía aguantar más.
            -Y el pastor se quedó sin arroyo, sin música y sin agua. Las ovejas ya no querían ir a ese valle porque ya no tenían dónde beber. Y el pastor era incapaz de estar cerca de ese arroyo que antes era tan cantarín y que tanto lo entretenía y que ahora solo le daba sus aguas heladas para que se le reflejaran sus ojos de soledad.
            -¡Qué historia más triste! -dijo Tórcer.
            -No he terminado todavía -dijo la Bicicleta de Agua-. Entonces fue cuando el pastor decidió que iría todas las noches a cantarle al arroyo. Se ponía su chaquetón, dejaba a las ovejas durmiendo, se pasaba las noches junto al arroyo helado mientras le cantaba canciones que había aprendido de niño y que había olvidado cuando era mayor o que le daba vergüenza cantar. Así estuvo una noche y dos noches y tres noches y cuatro noches y cinco noches y dos mil quinientas sesenta y dos noches, hasta que con su voz, poquito a poco se fue rompiendo el hielo y de nuevo volvió el arroyo a cantar con sus aguas musicales y cantó como le dio la gana.

            Tórcer iba a empezar a aplaudir cuando la voz de María la Lechuza lo interrumpió:
            -Mirad, mirad ahí abajo -dijo María y se lanzó en picado hacia una de las esquinitas de la página blanca, la de arriba a la derecha.
            -¡Son Blun y Ríder -dijo Mandarín- ¡Son Blun y Ríder!

            Todos estallaron de alegría. Fernando se subió en Tórcer, que aceleró mientras seguía la estela de luz que dejaba María la Lechuza. La Bicicleta de Agua, también muy contenta, les siguió. Tórcer, para mayor alegría y desconcierto de todos, empezó a cantar con una voz muy melodiosa una canción que nadie comprendía pero que era muy hermosa:
            -Blancazul de ninivén,
            pirigüiri sin combón
            lluevela a purapú.
            Era tan hermosa y tan distinta a todas las historias que estaban acostumbrados a escuchar. Era tan bonita la voz de Tórcer, que parecía uno de esos cantantes con pajarita que cantan en los coros de las iglesias. Pues bien, Tórcer no tenía nada que envidiar a esos cantantes.
            El camino se les hizo más corto y todos caminaban al compás: “Blancazul de ninivén, pirigüiri sin combón, lluevela a purapú”. Tórcer se mostraba muy orgulloso porque, por fin había logrado él también contar una historia aunque no tuviera mucho sentido. Pero era tan bonita...

            María la Lechuza fue la primera en llegar cerca de Blun y Ríder.
            -¡Ehhh! Soy yo, María La Lechuza.
            Blun y Ríder se sorprendieron con la luz insistente que les enfocaba y es que todo el cuerpo de María la Lechuza parecía una luna plateada. Cuando reconocieron a su vieja amiga se pusieron a dar saltos.





            -¡Estamos aquí! -dijeron Blun y Ríder.
            -¡Eh, Blun, Ríder!, ¿estáis bien? -preguntó Mandarín.
            Blun y Ríder arrugaron los ojos y se preguntaron de dónde habría salido aquella vocecilla.
            -¡Mira allí! -dijo Blun-. Es Mandarín que viene detrás de María.

            Contemplaron a Mandarín que hacía piruetas mientras volaba y a sus pequeños oídos de monigotes les llegó la canción que entonaban Tórcer, Fernando y La Bicicleta de Agua que habían logrado aprendérsela y lo acompañaban: “Blancazul de ninivén, pirigüiri sin combón, lluevela a purapú”. Así una y otra vez.
            -Pero si son Tórcer y Fernando Reportero y La Bicicleta de Agua
-dijo Ríder- ¡Qué importantes somos! ¡Fíjate cuántos han venido a buscarnos!
            -Pues claro que sois importantes, muy importantes -dijo la Bicicleta de Agua que empezó a hacer burbujas en su honor.
            -¡Qué bonito es todo! -dijeron Blun y Ríder, que solían hablar a la vez y decir exactamente las mismas palabras, aunque cuando estaban solos Blun hablaba de las alcachofas sobre las que estaba haciendo un trabajo científico y Ríder de las sandías, pues estaba pintando un bodegón.
            -Nos alegramos de veros -dijo María la Lechuza.
            -Sí, nos alegramos -dijo Tórcer.
            -Nosotros también -dijeron Blun y Ríder y así se ahorraron de manifestar por separado su alegría. Esa era una de las razones por la que hablaban a la vez, para ahorrar.
            -Tomad -dijo la Bicicleta de Agua y les alargó unas tabletas de chocolate rellenas de fresa.
            -Gracias -dijeron Blun y Ríder a la vez.
            -Contadnos lo que habéis hecho en el mundo exterior -dijo Tórcer, que estaba deseando escuchar una historia a dos voces.

            Si algo tenía de bueno las historias de Blun y Ríder era que sonaban en estéreo y que si Blun se cansaba, Ríder continuaba o si se cansaba Ríder, continuaba Blun. A Tórcer le encantaban esas historias porque se enteraba antes de los acontecimientos. Nadie se dormía mientras el cuidador y la cuidadora de rosas contaban una historia a dos voces.

            -Pues llegamos al mundo exterior casi de un zarpazo. Estuvimos un buen rato en un lago muy grande de donde nos sacaron unas manos delicadas. Eran las manos de Landa, nuestra creadora -dijeron Blun y Ríder.
            -¡Ah!, ¿nuestra creadora? -dijeron sorprendidos Tórcer, Mandarín y María la Lechuza. Todos a la vez. Parecía que se les estaba pegando la forma de hablar de Blun y Ríder.
            -Después nos enteramos que donde caímos no era un lago sino un charco, conque imaginaos qué grandísimo es el mundo exterior
-continuaron diciendo Blun y Ríder.
            -¡Uuuuy!, ¡qué grande! -dijeron Tórcer y los otros, y aunque no os lo creáis lo dijeron a la vez como si un director de orquesta los dirigiera.
            -Sí, es grandísimo -dijo Blun, porque Ríder estaba mordiendo el chocolate que les había dado la Bicicleta de Agua.
            -Tan grande como viajar catorce mil relojes de arena seguidos por El País de la Sencillez -dijo Ríder, porque ahora era Blun quien mordía el chocolate.
            -¿Tan grande? -preguntó Mandarín, que se sintió muy pequeño.
            -Sí, tan grande. Allí nosotros somos muy pequeños. Incluso todo El País de la Sencillez junto es muy pequeño. Es... ¿cómo diríamos?, es... Un mundo interior -dijeron Blun y Ríder.
            -¿Un mundo interior? -dijo María la Lechuza.
            -Sí, un mundo que no es redondo ni cuadrado, que está dentro de alguien, un mundo que alguien imagina -dijeron Blun y Ríder.
            -¡Tan poca cosa somos! -dijo Mandarín decepcionado.
            -A nosotros no nos parece poca cosa, a nosotros nos parece muy hermoso -respondieron Blun y Ríder.
            -No lo comprendo muy bien -dijo Tórcer.
            -No importa, no hay que comprenderlo todo a la primera
-respondieron Blun y Ríder que eran conocidos en El País de la Sencillez por su paciencia infinita.

            -¿Y el Jardín, qué ha sido de él? -preguntó Fernando Reportero
            -Destruido, totalmente destruido. Nosotros nos hemos salvado gracias a una amiga de Landa -dijeron Blun y Ríder.
            -¿Landa tiene amigas? -preguntó Mandarín.
            -Claro, Se llama Olga. Oye, ¿no tienes más chocolate?
            -No -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Si queréis dátiles... -dijo Tórcer.
            -Vale -respondieron Blun y Ríder.
            -¿Y cómo es Landa? -preguntó Mandarín.
            -Pues una niña, una niña con un gran mundo interior -dijeron Blun y Ríder.
            -Venís un poco cambiados, ¿no? -dijo María la Lechuza.
            -Por supuesto, llevas razón -dijeron Blun y Ríder que no acostumbraban a llevar la contraria a nadie.
            -¿Y vuestros trabajos sobre las alcachofas? -preguntó María la Lechuza. María esperó la respuesta pero allí nadie dijo nada. Entonces se dio cuenta de que había formulado mal la pregunta. María volvió a decir-: Blun, ¿y tu trabajo sobre las alcachofas?
            -Voy a cambiar de trabajo, ahora voy a estudiar el mundo exterior
-contestó Blun.
            -Y tú, Ríder, ¿vas a cambiar también de trabajo? -preguntó María la Lechuza.
            -Sí -dijo Ríder-, ya no pintaré más sandías, ahora pintaré la cara de Landa para que la conozcáis.
            -¡Qué interesante! -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Oye, os hemos echado mucho de menos -dijeron Blun y Ríder.
            -Nosotros también. El País de la Sencillez está muy preocupado -dijo Fernando Reportero-. ¡Anda, se me había olvidado! Tengo que ir a llevarle la buena noticia a Angelita Sin Alas.
            -Tú solo puedes dar malas noticias -dijo María la Lechuza.
            -Es verdad. Bueno, pues vamos los dos. Tú le dices que Blun y Ríder han vuelto y yo le digo que los jardines han desaparecido para siempre.

            Blun y Ríder entristecieron de pronto. ¿Qué pueden hacer un cuidador y una cuidadora de rosas sin jardines que cuidar?
            -Yo me quedaré con vosotros para haceros compañía -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Y yo -dijo Mandarín.
            -Tórcer, tu vienes conmigo, ¿no? -dijo Fernando Reportero.
            -Bueno -respondió Tórcer de mala gana porque a él le hubiera gustado quedarse junto a la Bicicleta de Agua y a Mandarín, a Blun y Ríder, que seguirían contando historias del mundo exterior y que hablarían de los hermosos Jardines del País de la Sencillez, esos jardines que ya nunca más volverían a ver.





                                                           Continuará en el Capítulo 7 
                                                      titulado La floristera de Cancún.



No hay comentarios:

Publicar un comentario